Arrogante, con la mirada en alto, y los labios rojos, sus pies parecían elevarse cual divinidad que el suelo no merece, iba por la calle confiada de la belleza de su feminidad perfecta, de sus ojos grandes; arrogante pasaba entre la gente, y cada susurro que su paso generaba, era alimento para su belleza altiva. Arrogante despertó pasiones…que duraron lo mismo que su belleza ingrata.
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